Aquí estoy hoy. En la
terraza de la casa que ha sido mi hogar durante los últimos once meses. Sentada
en una butaca de madera a la que el paso de los años no le han perdonado varios rasguños.
Eclipsada una vez más con la magia de Zafón. Y recordando que fue, precisamente,
el hechizo de Marina el que me sumergió de lleno en este mundo de las letras…
A mi derecha, luces
de Navidad cuelgan del techo e incluso apagadas y en verano, su veteranía les
otorga cierta dosis de encanto. Al otro lado, la puerta abierta del cuarto de
estar deja entrever un par de sofás que, aunque mudos, cuentan historias de
brindis, abrazos, bailes, películas, dos, fas, soles sostenidos… y
conversaciones infinitas.
Sobre el alféizar de
la ventana, todavía rastros de la última vez que él fumó aquí. Sonrío,
preguntándome si las cenizas son lo único que el viento es incapaz de
arrastrar…
Aquí sigo yo, pero
de repente, siento que me encuentro en un espacio distinto. Cautivante, inspirador,
delicado… Como si alguien hubiese limpiado con mimo una raída caja de música y, tras muchos años,
hubiese hecho girar de nuevo la manivela. Sin tan siquiera parpadear, por miedo a
perderme un solo compás.
Consciente de que
muy pronto, no me sentaré más atardeceres a leer en esta butaca, ni observaré
boquiabierta la agilidad de los dedos sobre un acordeón, o abrazaré a las
mismas personas. Pero también, de que la mejor versión de mí, la que ahora sonríe y baila como
la grácil bailarina de esa caja de música, vivirá para siempre en algún rincón
de esta casa… En el brillo incandescente de unas luces de Navidad.
Sabes que no es
dónde, sino cuándo, cómo y con quién…