martes, 29 de mayo de 2012

29 M.

Dice Grey, y lo repito yo a gritos, que “a veces lo que esperas es peor si lo comparas con lo inesperado”.
Después de muchos años, meses y días con los brazos abiertos, creyendo que la fórmula mágica a todos mis problemas iba caer en picado desde cielo, he comprendido que la mejor solución es, precisamente, no esperar nada.

Como la fiesta sorpresa de mi 23 cumpleaños, las cartas en el buzón desde Dublín, Galicia o Venezuela, los correos en portugués, las noches en la biblioteca que amanecen comiéndonos un croissant, ese regalo del amigo invisible que hoy me muerde las zapatillas y devora las manzanas, los mojitos de fresa de los conciertos, los dibujos de mis primas y los cuentos que inventamos, las conversaciones que empiezo de morros y acabo sonriéndote a miles de kilómetros… me miraste en un abril que alguien me había robado, día tras día.
Volverás, hablaremos, me contarás tus aventuras, te hablaré de mis rarezas… pero no pasaré la vida esperando, porque lo cierto es que la vida pasa y el tiempo a nadie espera.