sábado, 19 de julio de 2014

Recuerdos en 60 m²


Aquí estoy hoy. En la terraza de la casa que ha sido mi hogar durante los últimos once meses. Sentada en una butaca de madera a la que el paso de los años no le han perdonado varios rasguños. Eclipsada una vez más con la magia de Zafón. Y recordando que fue, precisamente, el hechizo de Marina el que me sumergió de lleno en este mundo de las letras…

A mi derecha, luces de Navidad cuelgan del techo e incluso apagadas y en verano, su veteranía les otorga cierta dosis de encanto. Al otro lado, la puerta abierta del cuarto de estar deja entrever un par de sofás que, aunque mudos, cuentan historias de brindis, abrazos, bailes, películas, dos, fas, soles sostenidos… y conversaciones infinitas.
Sobre el alféizar de la ventana, todavía rastros de la última vez que él fumó aquí. Sonrío, preguntándome si las cenizas son lo único que el viento es incapaz de arrastrar…

Aquí sigo yo, pero de repente, siento que me encuentro en un espacio distinto. Cautivante, inspirador, delicado… Como si alguien hubiese limpiado con mimo una raída caja de música y, tras muchos años, hubiese hecho girar de nuevo la manivela. Sin tan siquiera parpadear, por miedo a perderme un solo compás.
Consciente de que muy pronto, no me sentaré más atardeceres a leer en esta butaca, ni observaré boquiabierta la agilidad de los dedos sobre un acordeón, o abrazaré a las mismas personas. Pero también, de que la mejor versión de mí, la que ahora sonríe y baila como la grácil bailarina de esa caja de música, vivirá para siempre en algún rincón de esta casa… En el brillo incandescente de unas luces de Navidad.

 
 
Sabes que no es dónde, sino cuándo, cómo y con quién…
 
 

miércoles, 25 de junio de 2014

Texto para un escritor inventado (o tal vez muy real).



               Dedicarle un texto a un escritor no es moco de pavo. Créeme. Revisarás ciento y una veces si cada palabra es la adecuada o, por el contrario (lo que más temes) demasiado sencilla. La presión mientras tus dedos acarician las teclas es similar a la que siente aquel valiente que le regala un cuadro surrealista a Dalí, o le compone una canción de amor canalla a Sabina. Sí, exactamente. “Sálvese quien pueda”. 

               Pero, imaginemos ahora (porque la imaginación aún es libre y gratuita, ¿verdad?) que ese escritor hoy cumple años. Y supongamos también que él es una de las personas más especiales que la vida te ha brindado. Y aunque pase el tiempo y ya no os toméis un capuchino juntos cada día, porque ambos vivís en otro país (pongamos por caso, Irlanda del Norte y Lituania. Como aquel que dice Kuala Lumpur y Senegal, ¿eh?), él seguirá siendo irremediablemente una de las personas con las que necesitas compartir todas tus (y sus) sonrisas y lágrimas. 
               Además, ya que hemos empezado a imaginar… figuremos que hace seis meses que no le ves, por ejemplo, desde que os despedisteis una mañana de invierno en una estación de tren. Y te invade tal sensación de nostalgia que podrías ver de una sentada “El Rey León”, “E.T.” y todas las películas con las que lloraste cuando aún no alcanzabas la estantería de las galletas.


             Si esos tres supuestos coincidieran en un día de verano como hoy, entonces (y sólo entonces), le dedicaría un texto a mi escritor favorito. A una de mis personas especiales. A mi Brian Jackson de carne y hueso. A él, que me olvida y me vuelve a recordar todos los días. Y sabe que es imposible que exista una amistad más sincera que la nuestra.  


¡Felicidades!